Doña Tere

Enésimo día del confinamiento, voy a la compra porque mañana es fiesta. En el camino pienso: “y esta tarde, ¿qué relato escribo?”, inmediatamente me viene el título a la cabeza: Doña Tere, sí, Doña Tere.

En ese momento no sabía nada más, pero tuve el pensamiento e inmediatamente el sentimiento de que sí, iba a ser sobre esta mujer.

Ahora en este momento en que está en el aire el hablar de modelos femeninos para las niñas, de referencias a imitar, no puedo dejar de evocar a esta mujer, que como veréis al final, ha acabado siendo mi segunda madre del sur.

La conocía de oídas; su enamorado, Luis, médico, simpático donde los hubiera, vecino y casi de mi familia, no dejaba de hablarnos de ella, a todos, pero mis recuerdos son de hablarnos a Leli y a mí, dos pequeñajas de 4 y 5 años. Nos enseñaba las cartas que le escribía donde subrayaba en rojo (era la parte que nos mostraba) que había ido a misa el domingo (obviamente era mentira), después la cerraba delante de nosotros y nos la entregaba para que diciendo siempre, no se nos podía olvidar, “carta para Salamanca” la echáramos en el buzón del parque.

Así íbamos las dos amiguitas y vecinas con nuestra carta y cada vez le tocaba a una ponerse de puntillas hasta alcanzar al buzón, mientras la otra estaba muy pendiente de decir Carta para Salamanca, no fuera a ser que de perdiera por nuestra culpa.

Tan enamorado estaba Luis, eso pensábamos Leli y yo, que un día en su casa, casi a diario estábamos allí, nos enseñó un retrato de acuarela de Tere Polo y nos dijo:

-Es guapa mi novia, verdad? Pues ahora vais a ir a las casas de las vecinas de la manzana y se lo vais a enseñar de mi parte.

Muy diligentes Leli y yo cogimos nuestro cuadro y allá que nos fuimos:

-Que nos ha dicho Luis que os enseñemos el retrato de su novia de Salamanca.

En cada casa lo sacábamos de su envoltorio, lo mostrábamos, la vecina correspondiente nos decía:

-Uy que guapa y es rubia, o uy tiene los ojos grises. Dadle las gracias a Don Luis de nuestra parte.

-Adió! Decíamos nosotros y salíamos hacia la otra vecina.

Llegó el momento de la boda en Salamanca y por fin el momento en que Tere llegó a Peñarroya.

Recuerdo perfectamente el instante de nuestro primer encuentro. Ella estaba en el salón, entrándole la luz de la tarde desde el patio por la espalda con una batita o vestidito de cuadros de vichy lila con un vivo blanco de piqué, que le llegaba a las rodillas. Tenía el pelito corto, rubio y los ojos claros y unas piernas preciosas, y llevaba un anillo de plata muy original (aún no sabía yo que se trataba de un botón charro). Me dio un beso, yo le di otro y no sé quién más había allí, si mi madre, su suegra Doña Angeles o el mismo Luis. Ella ocupaba toda la escena.

Desde ese mismo día en casa me dijeron que le tenía que llamar Doña Tere, porque era esposa de médico.

-¿Y porqué? Si Luis es el médico y le hablamos de tu?

-Porque a Luis lo conoces de siempre y hay confianza, pero a ella no.

Cumplí muchos años a rajatabla la orden de mi madre, siempre la llamé Doña Tere hasta hace algunas décadas.

Poco después me operaron de la garganta y por la noche me dio hemorragia, y mi madre que durmió conmigo se percató inmediatamente. Había que avisar a Luis rápido. Mi abuela salió corriendo a llamarlo. Aparecieron Luis y Tere, los dos juntos porque, raramente, esa noche habían salido al restaurante del pueblo, Bar San Fernando.

Él estuvo tan profesional y bromista como siempre y a ella le vi carita de miedo cuando me miraba, llevaba una chaqueta de punto negra o azul marino.

Una tarde de septiembre, Leli y yo estábamos inquietas, nos balanceábamos cogidas por una mano de la reja de la ventana de abajo de la casa de Luis y Tere.

-¿Como será? ¿Qué carita tendrá? ¿Será rubia, será morena? Decíamos casi a dúo. Detrás de esa reja y ventana había nacido Mari Angeles, la primera hija de Tere y Luis, y nosotras no entendíamos tanta espera, si siempre estábamos allí en esa casa!.

Al cabo de no sé cuánto rato, ¡por fin!, nos dejaron entrar a las dos y vimos a “nuestra Mari Angeles”, porque fue nuestra de verdad. Fue nuestra hermanilla chica, la queríamos, jugábamos con ella, estábamos delante cuando Doña Tere la bañaba… De tal modo que no sé si con ella además, para Luis y Tere les creció la familia de niños vecinos de la calle. Era adorable, pero eso es otro cuento.

Llegó el invierno y las tardes cortas, Luis debía hacer visitas a enfermos, y, no sé por qué, me llamaron a mí, con 7 años, a que cada tarde me fuera a su casa para estar con Tere y Mari Angeles. Me dejaban elegir un tebeo cada día (de Marisol cayó alguno además de pulgarcitos) y las tres juntas estábamos en la salita de estar alrededor del brasero. Tere cosía o hacía labores, Mari Angeles dormía en su moisés precioso y yo leía mi tebeo y algo hablaría, porque siempre fui muy parlanchina y lo contaba todo.

-Niña, eso no lo digas ni en casa de los Serrano, me repetía mi madre o mi abuela muchas veces.

El caso es qué en aquellas tardes de invierno del 1963, aún sin televisión, las tres nos hicimos compañía y nació un vínculo que vivirá con nosotros y nuestros descendientes.

Hubo muchas tardes más, muchas conversaciones, muchas risas, muchas tardes de piscina en el verano caluroso de Peñarroya. Muchas excursiones en el dos caballos lleno de niños, que Tere empezó a conducir, y muchas confidencias por las dos partes. Ganas de empezar a estudiar cerámica, ganas de empezar a estudiar química, cada cual a su edad y en su circunstancia….

Les nacieron más hijos a los Serrano, y la alegría en esa familia siempre la compartí, siempre me sentí muy cerca de ellos, jugando, hablando, cocinando, llorando, o simplemente estando.

El curso de mi COU, mis 17 -18 años, ha sido hasta ahora el más duro de mi vida, pues bien, lo salvé por Doña Tere. No sé si ella fue consciente o no, pero las visitas a su casa por las tardes, harta de estudiar, hecha un mar de dudas, me salvaron y me dieron fuerza para seguir.

Ella, que siempre estaba cosiendo o haciendo algo, rodeada de niños, pero siempre con una sonrisa o una palabra para contar historias que venían a pelo o simplemente escucharme. A esas alturas teníamos ya conversaciones de persona mayor, yo me sentía arropada, respetada y muy querida.

Ese mismo curso fuimos a Salamanca en excursión desde el instituto, y lo primero que hice fue comprarme un anillo de plata con el botón charro. Lo llevé puesto hasta cambiarlo por la alianza de plata cuando me casé con Javier.

Los sueños de cada una llevaban camino de realizarse, lo veo ahora con perspectiva.

Nos despedíamos siempre en la puerta de la calle, y ahí recuerdo que me dijo que estaba casi segura de estar embarazada de sus mellizas.

– Angelita, no seas tonta, busca tu medianaranja, que es lo mejor que hay.

Me decía Tere (ya era Tere) cuando nos visitábamos, ella ya ceramista y yo química en Córdoba.

-Ay Tere, ya llegará, y si no, vivo muy bien, tengo libertad, hago lo que quiero y me encanta mi profesión.

-Si, si, todo eso está muy bien, hablo mucho con tu madre y sé de tu vida, pero hija, una medianaranja es lo mejor.

Y así fue siguiendo la vida, le hice caso y tengo medianaranja, ella es una gran ceramista, tiene muchos nietos y es la matriarca muy querida de una gran familia.

He pasado a llamarla mi segunda madre del sur, desde que murió mi madre, porque lo es, pero es algo más, es esa persona que sabes que ha estado ahí; que has visto venir de otro mundo (una capital donde se hablaba fino), acercarse al tuyo con naturalidad, con la inteligencia y el respeto de los generosos y que ha sido tu modelo en aspectos de la vida que sin ella y su estar ni te hubieras imaginado. He aprendido mucho de Doña Tere y siempre, siempre he sentido su cariño y su complicidad.

¡Ea!, y ahora somos dos mujeres mayores confinadas, cada una con nuestra medianaranja.

Angeles Heras. 30 de Abril de 2020.

One thought on “Doña Tere

  • Ángeles querida, me ha encantado tu crónica de vida, es tan real, que casi he visto las escenas, he visualizado los gestos, he reconocido tu siempre sincero pensamiento.
    Ha nacido una escritora. Enhorabuena.

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