La bolsa de perejil
Con mis 8 años, o así, empecé a hacer muchos recados en casa. Mi madre o mi abuela me mandaban, precisamente a mí, a hacerlos.
– Ve a casa de Pedro Cortés y trae un cuarto de harina y las dos roscas de pan. De paso que vas, pásate por la bodega de Currito y tráete medio litro de vinagre, del bueno, que cunde más.
– Anda, manda a la chica a por un poquito de perejil para las albóndigas.
– Niña, tienes que ir a por los 7 kilos de harina a la fábrica, allí es más reciente y 2 reales más barata que en casa de Pedro Cortés.
De todos estos recados o mandados, el que más me gustaba era ir a por perejil a casa de mis tíos Micaela y Emilio. Solía ir al mediodía, y mis recuerdos son siempre del verano, claro, antes estaba en la escuela (para mí siempre fue escuela, nunca colegio).
Llegaba a casa de mis tíos y mi tía Micaela me solía decir:
– Córtalo por las ramitas, no lo arranques de raíz.
El aroma del perejil fresco, en el huerto milimetrado de mi tía Micaela, me olía a gloria, me llegaba a todos mis adentros, me encantaba. Cogía un ramillete, que lo ponía en agua, mientras mi tío Emilio compartía el aperitivo conmigo. Él, su medio de vino de Montilla Moriles, el que entones se bebía en todas las casas de mi tierra, a mí me ponía el catavino más pequeño con dos traguitos mínimos. Al lado, siempre un tomate rosa, los del país, partido por la mitad, con sal gorda y pinchado con un palillo de dientes.
¡Aquello era la gloria! Qué aromas y qué alegría compartir ese ratito con ellos, siempre hablábamos mucho: nos queríamos los tres. Después llegaba a mi casa con las manos oliendo a perejil y mi abuela me reñía siempre.
-¡Niña, que estaba esperando el perejil para la comida, te entretienes siempre hablando con la gente, como tu padre!
Al resto de recados llevaba un bolso, el bolso de la plaza, le llamaba mi madre.
Cuando me independicé y tuve que hacerme la compra, por el año 1977, me compré cómo no, un bolso para hacerla y más tarde un carrito. ¡Qué comodidad fue el invento del carrito!
Ese mismo carrito me acompañó en mi llegada a Madrid en 1990. Mis amigas de aquí, de Madrid, me hacían risas por eso. Era el tiempo de hacer compras en bolsas de plástico, de ser modernas, y de tener un armario lleno de bolsas de plástico que crecía y crecía. Mi bolso azul de cuadros, tan vintage ahora, después de que la serie de nuestro inmediato pasado lo luciera, está en mi despensa aún dispuesto a dar mucha guerra y a que lo llene de cosas ricas, como hacía antes.
Y poco a poco se impuso el sentido común y las bolsas de plástico dejaron de ser frecuentes.
Las bolsas de la compra, se hicieron de diseño, y cada marca tenía el suyo. Una nueva forma de uniformidad.
Tardé en comprar uno de esos modernos bolsos de la plaza, en versión moderna y en femenino. No quería comprarme la que abunda más, preciosa, pero demasiado frecuente. Además, ¡tengo mi carrito! Otro nuevo, claro, más moderno, rojo en lugar de vaquero, como el primero que me compré.
Y un día me compré una, con cerezas, preciosa, sí era bonita, pero también había muchas…
Y, por fin, un día me encontré una bolsa con unas hojas de perejil, ¡qué belleza! No dudé un instante, la compré y la hice mía, mi preferida, me evocaba la niña que fui en esos veranos, en esos paseos al sol y en esos aperitivos con mis titos.
Pero la bolsa, en ese trasiego de vida y traslados, se perdió. No había en ningún sitio otra igual; ¡qué pena me daba!
Encontré otra igual, por fin, y la compré con ansia. Desde entonces vigilo que no se me extravíe en ningún sitio, casi solo quiero utilizarla yo y, cuando la utiliza alguien de casa, la controlo como si fuera oro molido.
Ahora, en este confinamiento no lo dudé un momento:
Cuando tocara salir a hacer la compra o los periódicos, saldríamos siempre con la bolsa de perejil. La lavaría cada día después y sería, en cualquier caso, el único objeto contaminado.
Así salgo cada día con mi bolsa de perejil en la mano, como mi madre iba con su bolso de la plaza. La lleno con los periódicos, el pan, la fruta, lo que sea. La llevo colgando de mi brazo izquierdo en el supermercado, mientras hablo con los reponedores, dependientes y cajeros, de la vida, de lo que nos ha tocado ahora, de lo bien que trabajan, de mis mascarillas caseras, me dan saludos para Javier. Siempre pequeñas conversaciones que calientan un poquito la soledad y la timidez de los súper en las grandes ciudades.
Cada día cuando estoy volviendo a casa después de esta única salida, pienso que ellos no saben mi nombre, y que para ellos yo podría ser “la señora de la bolsa de perejil”. Y me sonrío muy a gusto detrás de mi mascarilla casera de lienzo moreno.
Ángeles Heras. Madrid, 28 de Abril de 2020
Muy bueno el relato. Sencillo y emotivo. Me trae muchos recuerdos agradables de mi niñez.
Muy bonito, lo vivia ….. cuida tu bolsa de la plaza
Hermoso relato, Dra. Heras, lo disfruté mucho, entre sorbo y sorbo de café. Gracias por compartir sus experiencias de la infancia. Abrazos afectuosos ??
Qué emotivo. No sabes cómo te entiendo, continuamente las imágenes de las cosas sencillas nos retrotraen al pasado, ese que compartimos de refilón.
El reencontrarte me hizo darme cuenta de cosas que me habían pasado desapercibidas. Como él no haber jugado en la calle, algo tan de nuestra generación, y eso es por qué yo no viví en una calle , sino en la carretera y no se podía jugar, jugué en las calles de mis amigas y eso a veces. El bolso o la cesta de la plaza, donde venía lo que hubiese.
El perejil que no se compraba, o lo plantabas o lo pedías a las vecinas.
Qué bello es leerte.
Muchas gracias querida Amalia. Ahora estoy en ello, en lo de escribir. Veremos que me sale
Es una alegría habernos encontrado en la madurez de la vida. Un beso
Que bien escribes Angeles !! Me han gustado muchísimo. Son vivencias muy parecidas de todas las niñas de pueblo, y que felices éramos!!!
Sigue escribiendo, dá gusto leerte.
Besos
Muy entrañable
Muy tuyo
Precioso
???
Muchas gracias Conchita! Un beso
La tía Micaela y el tío Emilio,..el perejil de todas las salsas…su pequeño huerto, su higuera, el pozo …, dos figuras entrañables en nuestra infancia.
Gracias, Ángeles!!